viernes, 12 de febrero de 2010
(CASI) UN CUENTO DE AMOR.
Por fin terminó el día y ambos se encontraron en el hotel. Era un edificio anodino, hasta feo, pero era el que la empresa les pagaba. Impersonal, entre un polígono industrial de esos que son todos parecidos y un centro comercial de esos que parecen todos iguales.
Ambos eran comerciales. Subieron a sus habitaciones, pasaron sus respectivos informes por e-mail y luego bajaron a tomar una cerveza en el bar.
- ¿Qué hacemos? ¿Cenamos algo y tomamos una copa?
- Vale, pero sólo una, que estoy muerto.
- Venga, vamos al centro comercial y comemos allí.
Los dos hombres, compañeros de trabajo y amigos de muchos años, cenaron en una artificiosa pizzería. El sur de Madrid es idéntico al sur de cualquier ciudad grande.
- Y ahora una copa.
- Pero sólo una. Además, por aquí no debe haber nada digno.
- ¡Hombre de poca fe! Tu fíate de mi, que ya verás dónde te llevo.
Subieron al coche, de empresa, corriente y vulgar. Se adentraron en el polígono que habían recorrido esta mañana y aparcaron frente a una nave con vistosos neones.
- ¡No me jodas!¡Pero si esto es un puticlub!
- Nada, una copa y nos vamos.
- Oye, que no estoy para líos, que estoy muy cansado, y ya sabes que esto, a mí no me va mucho.
- Una copa y nos vamos. A las 12 en el hotel.
El local era feo, alma de nave industrial travestido de amor con taxímetro. Al rato, L. le dice a J.:
- Oye, que a mí esta tía me pone mucho. Me la voy a llevar al hotel. ¿No te gusta ninguna?
- Joder, ¿no habíamos quedado en que una copa y nos vamos? No me líes, voy a pagar y a dormir.
- Pues ya es tarde, macho, le ha dicho a su amiga que se viniera con nosotros.
- Que no. Llévame al hotel si quieres y te vuelves.
- Ya he hecho precio. No te preocupes, invito yo.
- ¡Que no quiero que me invites! Lo que quiero es irme a dormir.
- Bah. Tira, que te quejas pero ya verás, que te lo pasarás de puta madre.
Vinieron las dos chicas. Vergonzosamente jóvenes, guapas, altas. Pelo claro y corto ambas, rasgos eslavos. Vestidas como para desvestirse rápido. Sólo llevaban encima una fina cazadora pese al intenso frío de febrero.
En un tortuoso español, "su" chica dijo:
- ¡Hola! Me llamo Verónica. ¿Y tu?
- Cansado. Y mi amigo Faemino.
- Ah! Pensaba que se llama L.
- No, ese es su nombre de guerra.
- ¿De guerra? ¿Sois militares o algo así?
- Déjalo, bonita.
Al llegar al hotel, el cuarteto se escindió en dos pares. Misma planta, diferentes habitaciones.
Verónica se quitó la cazadora y paseó su mirada por la habitación. Se sentó en la cama.
- Ya he estado otras veces en este hotel.
- Ya me imagino. Por cuestiones de trabajo, como yo, supongo.
- Algo así. Bueno, ¿qué quieres hacer? ¿que te apetece?
La miró mientras ella encendía un cigarro. Dios, qué guapa es. Flequillo al ras de los ojos, pupilas verdes, felinas. Sonrisa perfecta. Dedos largos, elegantes. "Todas estas tías parecen descendientes de los zares", pensó. Se acordó de la flaqueza del bolchevique.
- Hacer, no quiero hacer nada. ¿Cuánto rato tenemos?
- Una hora. Luego tu amigo ha dicho que nos llevará de vuelta al club.
- Pues cuéntame algo de tí.
- ¿De mi? ¿Qué quieres saber?
- No lo sé. ¿Cuánto tiempo llevas en España?
- Demasiado. Quiero volver a mi país dentro de dos o tres meses.
- Cuéntame algo de tu país.
Y le contó. Y hablaron. Y cada vez la conversación era más personal, más fluida. Y ella reía. Y a él le encantaba el sonido de su risa. Y el gesto sensual cuando se recogía el pelo. Y cómo miraba al techo cuando hablaba de su lejano y frío país.
De repente sonó su móvil.
- Mi amiga y tu amigo me esperan abajo. ¿Vienes con nosotros?
- No, me quedo aquí.
- Vale. ¿Cuando vuelvas vendrás a verme?
- No lo sé. Puede que sí. ¿Estarás?
- Depende de cuando vengas. Si quieres, te dejo mi móvil.
- No, mejor no. Vendré a verte cuando vuelva, te lo prometo.
- Vale.
- Ha sido un placer conocerte, Verónica.
Cuando cerraba la puerta, ella se volvió.
- No me llamo Verónica. Ese es mi nombre de guerra, como dices tú.
- ¿Y cuál es tu nombre de verdad?
- No debería decírtelo. Me llamo Valentina.
Y le mandó un beso con los labios.
Él se tumbó en la cama. Miró al techo. "Si paso una tarde con esta tía me enamoro como un crío", pensó. Y entonces, se dió cuenta de que ya la echaba de menos.
Miró la hora en el móvil. Eran las doce y media de la noche del catorce de febrero del dos mil seis.
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No me llamo Talhía..., es mi nombre de guerra ;)
ResponderEliminarTahlía, leches, Thalía.
ResponderEliminarEn mi rancho existe una canción que reza
ResponderEliminarValentina Valentina
Yo necesito decir
Que una pasión me domina
y es la que me hizo venir
Dicen que por tus amores
un mal me van a seguir
No le hace que sean el diablo
yo también me se morir
Valentina Valentina, rendido estoy a tus pies
Si me han de matar mañana
que me maten de una vez
Hayn nombres que ya la llevan ganada... lástima de las Úrsulas del mundo
Uy, qué aromita más mexicano!
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