Y soñé.
Soñé, creo recordar, decenas de cosas. O cientos, tal vez.
Imágenes compuestas, mezcladas como en un cambiante caleidoscopio, donde una da forma a la otra y a su vez éstas a otra, nueva, pero compuesta de las anteriores. Y así hasta el infinito. O hasta el amanecer, más bien. Soñé con agua, mucha agua. Sonoras cataratas, rugientes cascadas. Luego, ríos inacabables, meandros tortuosos, cálidas y maternales corrientes. De nuevo torrentes, rocío infinito, niebla de cristales de agua, que te encharcan por dentro más que por fuera. Estancias vaporosas, perfumadas. Esencias primitivas, primarias, de cuando la tierra no estaba hollada, de cuando el agua era todo. Calor, humedad ecuatorial,pequeños volcanes, exudando, transpirando.
Y luego, hielo. Plata refulgente, estaño bruñido, dulce quemazón. Soñé con árboles con flores de escarcha, con troncos de hielo y hojas de rocío, que se desintegraban si las tocabas. Flores que se deshacían en las manos, impregnando el cielo con aromas de selva, las manos de agua pura. Miraba mis manos mientras el hielo de convertía en agua y pensé: "Qué árboles más frágiles. En verano serán un recuerdo".
Y entonces,el sueño se deshizo como alas de mariposa coleccionada. Despacio, a cámara lenta, pero inevitablemente real. Esta mañana miré mi móvil y tenía ésta foto que no recordaba. ¿Lo soñé de verdad o estuve en otro mundo?